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Algo
que siempre ha llamado mi atención es la forma en como las águilas construyen
su nido, normalmente en lo más alto de los grandes árboles o en rocas de difícil
acceso, en lo alto de la montaña. Generalmente son muy grandes, las dimensiones
de un nido podrían llegar a ser de 4 metros de diámetro por 5 o 6 de
profundidad. Durante la estadía de los aguiluchos en el nido, su progenitor los
cuida y protege, les provee de todo el alimento que necesitan y llegado el
tiempo los lanzan al vacío para que emprendan su vuelo, de esta manera empiezan
una vida de independencia, pero con la particularidad de que siempre volaran
por lo alto. El nido del águila es permanente, el cual cuida, mantiene y
renueva.
Hay
momentos que marcan nuestra vida, la mayoría de ellos suceden al interior del
hogar: la muerte de un ser querido, un abrazo sentido, una manifestación de
amor inesperada; ellos crean pensamientos centrales que son recordados siempre,
nuestra memoria los mantiene presentes para no olvidar lo que vivimos y
sentimos. En cambio, hay otros que olvidamos fácilmente porque no resultan tan
trascendentales, pues no nos afectaron en absoluto.
Has
dicho o has escuchado en alguna ocasión “Yo
soy de los que le digo la verdad en la cara a la gente, gústele o no”, de
seguro que sí, porque evidentemente hay personas que se enorgullecen de ser
totalmente sinceras y que siempre dicen exactamente lo que piensan, sin
embargo, este podría ser un camino muy pedregoso que podría conducir al
deterioro de las relaciones con los demás.
Hay una gran virtud en tener el valor de decir la verdad en la cara,
pero hay uno más grande en tener la sabiduría para decirla. No estoy diciendo que enmascaremos o
maquillemos la verdad para no ser tan duros, me refiero al tacto y al momento,
porque existen situaciones en las que las emociones hierven y un acto de
franqueza mal manejado puede hacerlas explotar. A veces las intenciones son buenas, pero los
resultados son pobres.
Las
verdades expresadas en momentos inoportunos suelen causar malestar, en las
relaciones pareja, por ejemplo, muchas de ellas suenan a queja y reclamo, lo
que hace que se vuelva fastidiosa al oído, especialmente cuando se repiten una
y otra vez. En un artículo anterior hacía referencia a este tema y afirmaba,
por experiencia, que expresar una verdad acompañado de un “siempre” o “nunca”
podría causar un estallido en la conversación que haría que una simple charla
estilo viento tropical categoría uno, pasara a una discusión estilo huracán categoría
5. Sencillamente porque cuando decimos
una verdad y a esta le anteponemos las expresiones mencionadas dejamos de
centrarnos en una situación particular y la convertimos en una conducta
constante. Por ejemplo, hay una diferencia muy grande cuando decimos o nos
dicen: “Tu ropa esta tirada, no la has recogido, podrías hacerlo por favor”, y “Siempre
dejas la ropa tirada, nunca la recoges”.
Con la primera se intenta corregir un mal hábito, con la segunda se afirma
una conducta “eres desordenado”. Todavía resulta más perjudicial si la verdad
que se dice, tras ser mal expresada, no encuentra coherencia en la conducta y los
hábitos de la persona que la expresa, es decir, quien dice la verdad no tiene
autoridad moral ni ética para afirmarla, ya que como en el ejemplo, podría ser
igual o peor de desordenado(a) que el(la) condenado(a).
La
gente tímida se imagina que los demás siempre están evaluando sus acciones. Esta
conducta se gesta sobre la crianza que le dan algunos padres cuando juzgan y critican
mucho a sus hijos. Entonces desarrollan el temor a ser juzgados y por eso interiorizan mucho sus
sentimientos. Las relaciones con
personas tímidas deben enfocarse en abriles el espacio para que expresen sus
emociones, antes hay que ganarse su confianza y luego de esto hacerles sentir
que son valiosos y aceptados. Algo muy importante es no pensar que la timidez
es una virtud. “Exigir a los progenitores, para respetarlos, que estén libres de defectos y que sean la perfección de la humanidad es soberbia e injusticia”Silvio Pellico
A
veces los padres se envanecen con las idealizaciones que hacen de ellos los
hijos. Pero esa apreciación puede cambiar abruptamente y, entonces no es menos
agradable y amenazante que lo vean como anticuado, intolerante, ignorante,
insensible y generalmente incompetente. La reacción de algunos padres a la
crítica de los hijos es mostrarse más poderosos, más conocedores de todo, más
llenos de razón que nunca, y se resisten si sus hijos no reconocen y
aprecian su "perfección".