“Que nadie te menosprecie por
ser joven. Al contrario, que los creyentes vean en ti un ejemplo a seguir en la
manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza”
1
Timoteo 4:12
Los
adolescentes son el motivo de preocupación de los padres, algunos literalmente “tiran
la toalla” y se despreocupan de ellos, dejándole todo a su suerte o a otras
personas, porque simplemente ya no saben qué hacer. Una posición más triste es la que asumen muchos
padres y es la de esperar a que sus hijos cumplan la mayoría de edad para que
se vayan de la casa, otros ruegan porque se case pronto, porque ya no los
soportan. Pocos son los padres que
luchan incansablemente por sus hijos adolescentes, aunque equivocadamente
buscan como corregir a sus hijos y en ese intento sufren, decaen, el amor hacía
ellos es más fuerte y perseveran.
Entender
a un adolescente no es fácil, sobre todo cuando se cree haber sido un buen
padre sin serlo, cuando se manejan pensamientos equivocados respecto de la
crianza de los hijos. La teoría de los
padres respecto a los métodos de crianza es que: “si a mi padre le funciono
conmigo entonces también tiene que funcionar con mi hijo” pero esto no es del
todo cierto, por la sencilla razón de que vivimos en tiempos diferentes, hoy
nuestros hijos se forman sobre un ambiente plagado de información y desarrollan
una mente más despierta y abierta. Desde pequeños perciben todas las
variaciones emocionales de los padres, nuestros hijos saben cuándo estamos
tristes, ansiosos, preocupados, cuando hemos discutido con la pareja, les
afecta sobremanera las separaciones aunque se muestren de acuerdo y acepten la
realidad de la vida. Tienen un
conocimiento suficiente para defenderse de los padres hostiles, dominar o
manipular a los padres débiles, desconocer la autoridad y menos sujetarse a
ella.
¿Por qué surge este
comportamiento en los adolescentes?
Evidentemente
por la formación y la calidad de vida que han tenido. Padres ocupados,
ausentes, exigentes, débiles, forman hijos con dificultades, el aspecto qué más
les afecta es no tener claro el concepto de autoridad. Su rebeldía radica en el desconocimiento que
tienen respecto de este tema que no les permite ver ni aceptar a los padres
como autoridad porque evidentemente nunca la han sido. Los padres exigen respeto
a sus hijos en base a los recursos que le proveen “yo soy quien te mantengo!”,
pero lo material solo suple lo material. El amor, el respeto, la admiración no
se pueden comprar con dinero.
Entonces ¿qué hace un padre
bueno?
Un
padre bueno:

Brinda amor. Los hijos necesitan sentirse
amados, no se sienten avergonzados por las expresiones físicas de amor. Se avergüenzan cuando intentamos mostrarles,
en momentos puntuales, o frente a otras personas, expresiones de amor que nunca
hemos practicado con ellos. Eran pocos
los padres de las generaciones de los 80 hacia atrás que expresaban físicamente
su amor hacia sus hijos, por eso los padres de estos años son poco afectivos y
sufren por ello.
Sabe disciplinar. Ejerce la autoridad con amor,
entiende que la disciplina no son solo reglas, normas y exigencias. Sino que
involucran consejos, orientación, paciencia, pero lo más importante es que se
muestra como ejemplo. Si la instrucción
no va seguida del ejemplo no sirve de mucho.
Es amable. Un padre bueno utiliza las
normas básicas de convivencia, pide el favor, da las gracias, saluda, se
despide, etc. Es bondadoso y sabe
atender las amistades de su hijo. Son
padres que están al alcance de sus hijos porque son justos.
Tiene buen humor. Ellos esperan ver sonreír a
sus padres, escucharlos hacer bromas, Aprender a controlar las emociones es una
demanda necesaria en la vida de un padre. El adolescente distinguirá cuando su
padre habla en serio y cuando está bromeando.
Admite sus errores. Todos nos equivocamos, nuestros impulsos suelen
ser más rápidos que nuestras mentes y de vez en cuando decimos algo que no
debimos decir o tomamos una mala decisión con ellos. Sentarse y reconocerlo delante de ellos,
seguido de un acto de perdón, establecerá un vínculo de respeto y unión entre
padre e hijo que nada podrá romper.
No
se trata de ser los padres perfectos, difícilmente alcanzaremos ese nivel, pero
es nuestro deber intentarlo, hacer nuestro mejor esfuerzo, nuestros hijos los
valen, lo necesitan. Un padre bueno! sólo Dios, nuestra misión es acercarnos lo
más que podamos, con ello estaremos asegurando que las futuras generaciones
eduquen y formen a sus hijos con un nivel más alto de confraternidad, para que
forjen una sociedad mucho más justa y equitativa.
NUEVO DOMINIO TERAPIA DE FAMILIA
Por
Edgardo Buelvas Arrieta
Terapista
de Familia
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