martes, 27 de octubre de 2015

Resilientes - La Adversidad

LA ADVERSIDAD

“… quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren”
                                               2 Corintios 1:4

Seguramente, en algún momento hemos experimentado algún tipo de dificultad, es posible que en estos momentos la estemos atravesando.  Las dificultades más sentidas son las que tienen que ver con los conflictos familiares, las más comunes las de tipo financiero. Algunas son más soportables que otras, otras no duran mucho, la adversidad puede venir multiplicada es decir varías pruebas a la vez, pero no cabe duda que cualquier adversidad es soportable si la familia esta unidad y luchan de la mano para salir de los conflictos. De lo contrario un problema pequeño puede resultar destructivo para la persona que lo experimenta si a la par experimenta soledad y desprotección.

La adversidad tiene que ver entonces con aflicción, oposición, presión, corrección, angustia, prueba o tribulación. Hay algo interesante que sucede cuando enfrentamos una adversidad y es que manifestamos lo que en realidad somos. No debemos hacerle el quite a la adversidad, para que muestre nuestras verdaderas debilidades. Hay una historia que quiero contarles y que quizás algunos conozcan, se llama la oruga en apuros:

La oruga en apuros

Un día, caminando por el jardín de su casa, un niño se encontró una extraña oruga inmóvil, cubierta por hilos de seda. Tras algún tiempo de observación, descubrió que poco a poco la oruga iba construyendo un capullo a su alrededor.

Con curiosidad e impaciencia fue a preguntarle a su abuelo qué estaba pasando con aquella oruga. El abuelo le explicó que la oruga estaba pasando por un proceso de transformación para convertirse en mariposa. El niño quedó tan fascinado con esta historia que en adelante pasó dos o tres veces al día a mirar aquel capullo tratando de capturar el momento en que la mariposa se liberara.

Pasaron varios días y el niño comenzó a desesperarse porque la mariposa no salía. Impaciente, fue a preguntar al abuelo por qué la mariposa aún no salía. Su abuelo le dijo: “Debes tener paciencia hijo mío, debemos respetar el tiempo que la vida necesita al abrirse paso”.

El día en que la mariposa empezó a salir del capullo llegó y el niño estaba emocionado. La miró forcejear y sacar poco a poco algunas partes de su frágil y delicado cuerpo durante un buen rato hasta que, llegó un momento, en que su progreso hacia la libertad pareció detenerse. Parecía que había llegado hasta donde podía y que se quedaría así, en esa posición semi-aprisionada.
Ansioso por echarle una mano a la pobre mariposa, el pequeño decidió entonces hacer algo para que consiguiera su libertad. Tomó el capullo delicadamente entre sus manos, corrió a su casa por unas tijeras y, con muchísimo cuidado, hizo unos cortes en el agujero que el animalito había abierto.

De esta manera, el insecto pudo liberarse muy fácilmente, sin esfuerzo. Sin embargo, y para sorpresa de su pequeño salvador, un extraño fenómeno empezó a ocurrir ante sus ojos. La mariposa apareció con el cuerpo hinchado y débil y las alas paralizadas, pequeñas y frágiles.

El niño entonces la protegió cuidadosamente en un lugar seguro y esperó durante horas que el frágil insecto ganara fuerza en su cuerpo y sus alas fueran capaces de desplegarse, grandes y con suficiente capacidad para sostener en el aire volando su grácil cuerpo.

Esperó y esperó, pero el tiempo avanzaba y la condición del animalito permanecía igual: hinchado, débil, anquilosado, arrastrándose, sin poder volar. Sus esfuerzos por revivirla fueron en vano. La mariposa se quedó así para siempre, nunca pudo volar.

La enseñanza de esta historia nos debe conducir a la reflexión, el esfuerzo que hacía la oruga por salir del capullo le permitía irrigar fluido hacía las alas para que éstas pidieran desplegarse y de esta manera poder volar.  El niño queriendo ayudar actúo como en ocasiones nosotros lo hacemos, evitando el esfuerzo y sufrimiento que es necesario experimentar para que, por ejemplo:

Nuestros hijos sean capaces de hacer las cosas por si solos, asimilen el concepto de responsabilidad y así no se vuelvan holgazanes y dependientes de otros. Para que no se inclinen por el lado fácil, prefiriendo mejor pedir, delinquir o robar que trabajar.

Para aprender a ser organizados y austeros cuando nos enfrentamos a un problema financiero, si  enfrentamos la adversidad aprenderemos a establecer prioridades y a manejar un presupuesto.

Y lo más importante, cuando enfrentamos la adversidad adquirimos valentía, destreza, conocimiento, experiencia que nos hará sabios para enseñar a otros evitándoles sufrimiento y dolor innecesarios. Dios buscará la forma de desarrollar el carácter a cada uno en particular.

Por
Edgardo Buelvas Arrieta
Terapista de Familia

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