lunes, 7 de septiembre de 2015

La Pareja - Cómo Domar la Lengua

CÓMO DOMAR LA LENGUA

“Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa!”
                                                           Santiago 3:5

Las palabras generan vida pero también muerte, pueden producir alegría pero también tristeza y dolor.  Pueden manifestar buenos deseos y bendiciones, pero también muchos malos deseos y maldiciones.  La falta de control sobre este pequeño miembro, es promotor de infinidad de problemas conyugales, tiene la facilidad de pasar de lo dulce a lo amargo en un instante.  Odios y rencores se producen por no saber manejarla, que hace que se enraícen y eternicen las malas relaciones, no solo entre la pareja, sino entre padres e hijos, familiares y amigos. La lengua y las cuerdas vocales articulan las palabras que llegan de los pensamientos, muchas personas se mofan de ser “frenteras”, de decirle la verdad a la gente en la cara, pero la sola manera de expresar esta posición, es en sí retadora, es generadora de conflictos. Porque no se trata solo de hablar con la verdad, de ser sinceros,  sino de saber expresar lo que se siente.  En este sentido, debemos ser conscientes de la responsabilidad que tenemos al expresarnos, porque podemos terminar haciendo daño creyendo que hacemos el bien.  



La lengua es un pequeño miembro de nuestro cuerpo que tiene el poder de producir un gran impacto, sea para bien o para mal, según las palabras y el tono con que se digan.  Nuestras palabras son procesadas en nuestra mente, articuladas por las cuerdas vocales y expresadas con la lengua.  Generalmente decimos lo que pensamos, de tal forma, que de lo que este cargada nuestra mente es de eso que más hablamos. Un papel importante lo juegan nuestros sentimientos y emociones.  Cuando somos presa de nuestras emociones y ellas nos controlan, perdemos también el control de la lengua y terminamos diciendo cosas que no queremos decir, y peor aún,  expresando cosas que no deseamos, en la mayoría de los casos. Por ejemplo, cuando la esposa le dice a su marido que es un “bueno para nada”, un “mantenido” realmente lo que quiere expresarle es que necesita que sea más su colaboración, que sea proactivo, pero siendo presa de las emociones, la lengua resulta ser más rápida, así que mientras intentamos razonar la mejor forma de decir las cosas, la lengua ya ha hecho su trabajo.  Por eso suceden casos como la mujer que le dice a su marido “lárgate de mi vida”, mientras el marido se acerca a la puerta para salir, ella razona y termina diciendo “si sales por esa puerta te mato”. Así mismo, el varón resulta más humillador e insultante, lastima con más severidad a su cónyuge y también a sus hijos, ya que es más frio, dice lo que tiene que decir sin tantos aspavientos, pero no significa que sea la forma correcta de decirlo, y en ocasiones, puede ser que ni siquiera sea lo que sienta.

Cómo domar la lengua
Para domar la lengua debemos aprender a controlar nuestros sentimientos y emociones, pero sobre todo cuidar los pensamientos, éstos sumados a las sentimientos, es lo que denominados “corazón”.  Cuando hacemos alusión a la expresión “te lo dije de corazón” “te he abierto mi corazón” nos estamos refiriendo a la carga emocional que impulsa a nuestros pensamientos para que salgan de nuestra boca articulados por nuestra lengua.  Entonces tengamos en cuenta estas pautas para empezar a domar nuestra lengua:

La precisión en las palabras: Decir lo que hay que decir sin adornar o exagerar en las palabras, en el tono adecuado y con las inflexiones sinceras, excluyendo la ironía, es lo que hace  que tengamos menos problemas con quienes nos rodean.

El silencio: Permanecer en silencio, en lugar de hablar atropelladamente, hace que nos veamos sabios y prudentes, escuchar a las personas decir lo que tienen que decir, en especial a nuestro cónyuge, nos permite escuchar más allá de las palabras. Recuerde que tenemos dos oídos para oír el doble y una lengua para hablar la mitad.

Las palabras que edifican: Las palabras ociosas nada dejan en los oyentes, llenar nuestra mente de buenos pensamientos, de conocimientos, nos hace hablar con sabiduría.

Las palabras oportunas: Es muy satisfactorio para todos nosotros que al levantarnos o luego de un largo día, escuchar palabras que nos alienten, que apacigüen nuestro furor, o que calmen la ansiedad en tiempos de angustia.

Evitar las palabras malintencionadas: Debemos estar atentos a decir siempre lo correcto y lo que es saludable para las buenas relaciones.  Si nuestro cónyuge vive una situación difícil, debemos cuidar de no comentar a quien no le interesa o a quien no puede ayudar a dar solución al problema, ya que si lo hacemos solo buscamos hacer más daño. De la misma forma no debemos prestar nuestros oídos para recibir información malintencionada de otra de persona.  El chismoso lo que busca es sembrar el mal en el corazón de las personas. Recuerda que tu boca no es un canal de desagüe residual, ni tu corazón un canasto de basura.   

Evitar las palabras engañosas: cada vez que expresemos nuestras ideas o pensamientos debemos examinarlas cuidadosamente, para detectar sutiles engaños, especialmente cuando tengamos que dar un informe acerca de alguien o de alguna situación difícil.  Intentar decir lo que no somos, o lo que no hemos alcanzado, es un engaño que solo nos hace daño a nosotros mismos.

Entonces la clave para domar nuestra lengua es cuidar el estado de nuestro corazón y nuestros pensamientos.  Los pensamientos incluyen algo más que hechos, incluyen conceptos y estructuras de información, sobre las cuales basamos nuestras decisiones  palabras.  Verdaderamente pensemos en lo bueno, lo amable, lo que es de buen nombre, cuidemos nuestra salud mental para no contaminar nuestro corazón y no terminar encendiendo un bosque con una pequeña chispa.

Por
Edgardo Buelvas Arrieta
Terapista de Familia

Bibliografía

GUIA FACILITADORA PARA LIDERES DE PAREJAS. Chamorro, Jimmy y Mora Quintero Zaidy.  Fundación Editorial Publimundo. Bogotá, Colombia. ISBN. 978-958-8505-20-6. 2013.

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