La actitud de pedir perdón y perdonar sana, libera y restaura poderosamente. Cuando pedimos perdón, no necesariamente, le otorgamos la razón nuestro prójimo, lo que realmente sucede es que nos liberamos de una carga que puede acumular, odios, rencores y resentimientos. El perdón es fundamental para disfrutar de la vida conyugal y familiar.
Las personas con quienes más nos exponemos a herir y ser heridos son aquellas que están más cerca de nosotros, empezando con el conyuge, los hijos y demás familiares. Resulta casi imposible no herir y ser herido. Esta realidad nos alcanza a todos los seres humanos, unos más que otros; pero al fin es necesario sufrir cuando decidimos amar ("... el amor es sufrido..." 1 Corintios 13:4a).
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